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Clásica y ópera -

Sinfonía Nº 4


Chaikovski era un soltero apuesto, y su música apasionada atraía a muchas mujeres jóvenes a sus clases. A estas les parecía que su furia era sexualmente atractiva. El apenas las notaba, aun cuando ocasionalmente recibiera cartas de amor de las jovencitas que tenía en sus clases...
Piotr Illych Chaikovsky


Chaikovski era un soltero apuesto, y su música apasionada atraía a muchas mujeres jóvenes a sus clases. A estas les parecía que su furia era sexualmente atractiva. El apenas las notaba, aun cuando ocasionalmente recibiera cartas de amor de las jovencitas que tenía en sus clases. Una de estas mujeres fue más persistente que el resto, Antonina Milyukova...

 

Piotr Illych Chaikovsky compuso la Cuarta Sinfonía entre mayo de 1877 y el 7 de enero de 1878. Nicolai Rubinstein dirigió el estreno en Moscú, el 22 de febrero de 1878.

Chaikovski detestaba tener que ganarse la vida enseñándole a alumnos a quienes poco les importaba la música y que carecían de talento

 

Aunque sea un asunto monótono el haberme visto obligado a explicar a mi clase de jóvenes caballeros, durante once años consecutivos, en qué consiste una tríada, por lo menos he tenido el consuelo de sentir que les estaba metiendo conocimientos esenciales porque tenían la intención de dedicarse a la música como profesión. ¡Pero las clases de las jovencitas! ¡Por todos los cielos! Entre sesenta o setenta, sólo cinco de ellas como máximo alguna vez llegarán a ser músicas. El resto viene al conservatorio para ocupar su tiempo o por otros motivos que nada tienen que ver con la música. No es que sean menos inteligentes ni que trabajen con menos ahínco que los hombres. Más bien es lo contrario, pero todas fracasan en el momento en que son incapaces de aplicar una regla mecánicamente o utilizarla de memoria. Con frecuencia pierdo la paciencia -y la cabeza- con ellas y me pongo francamente furioso.

 

El compositor era demasiado, ingenuo para comprender que estos arranques de furia en realidad lo hacían aparecer más misterioso a los ojos de ese grupo de estudiantes que iban a estudiar "por motivos que nada tenían que ver con la música". Chaikovski era un soltero apuesto, y su música apasionada atraía a muchas mujeres jóvenes a sus clases. A estas les parecía que su furia era sexualmente atractiva. El apenas las notaba, aun cuando ocasionalmente recibiera cartas de amor de las jovencitas que tenía en sus clases.

 

Una de estas mujeres fue más persistente que el resto, Antonina Milyukova estaba obsesionada por su declarado amor por el compositor y estaba decidida a convertirse en su esposa a toda costa. Cuando Chaikovski recibió una carta de ella, apenas recordaba quién era, a pesar de que la muchacha se había graduado apenas cinco meses antes. Antonina le declaraba su amor y su admiración y le rogaba encontrarse con él. Para su eterno arrepentimiento, Chaikovski respondió la carta y accedió a la cita.

 

Tal vez el compositor estaba dispuesto a encontrarse con esta joven un tanto desequilibrada debido a su decisión, tomada dos años antes, de contraer matrimonio. No tenía en mente a nadie en particular como compañera, pero anhelaba la calidez de la vida de hogar y estaba ansioso por desalentar los crecientes rumores de que era homosexual.

 

Los rumores por supuesto eran verdad. El compositor en realidad jamás había considerado lo que podría traer aparejada la unión con una mujer. Su deseo de casarse no era más que una fantasía, pero en forma bastante impetuosa decidió concretar esa fantasía cuando se le presentó la oportunidad en la persona de Antonina Milyukova.

 

Antonina no fue la única mujer que entró en la vida de Tchaikovsky mientras estaba empezando a trabajar en la Cuarta Sinfonía. Nadezhda Filaretovna von Meck era una viuda de alrededor de cuarenta y cinco años, con una docena de hijos, amante de la música y con muchísimo dinero. Conocía y admiraba la música de Chaikovski y deseaba conocer a su autor. Empezó haciéndole algunos encargues modestos y a enviarle algunas cartas casuales.

 

El compositor respondió abierta y cálidamente, cumpliendo con los encargos con rapidez y respondiendo a sus cartas. Desde este comienzo creció una de las amistades más extrañas y más celebradas de la historia. Nadezhda y Chaikovski intercambiaron aproximadamente 1.100 cartas pero jamás llegaron a conocerse personalmente. Al principio ella podría haber estado buscando un compañero, pero cambió de idea cuando se enteró de la homosexualidad del compositor y de su relación con Antonina. Tiempo más tarde ambos habían llegado a intercambiar tantas intimidades en sus cartas, compartiendo sus pensamientos y emociones más profundos, que no podían soportar la idea de encontrarse cara a cara.

 

La von Meck se convirtió en patrocinadora de Chaikovski. Lo apoyaba con encargos, luego con préstamos que no esperaba que el músico le devolviera y, finalmente, con una mensualidad regular. El compositor sentía que era una verdadera amiga. Nunca pensó en ella como posible esposa y siempre la consideró como algo más que una fuente de los fondos que le eran necesarios para mantener su tan mal administrada vida.

 

En un principio no le contó nada a Nadezhda acerca de Antonina. Chaikovski estaba buscando una forma elegante de salirse de su compromiso, pero no era rival para la decidida joven. Hasta llegó a confesarle su homosexualidad, pero ella le replicó que se casaría con él para "reformarlo" y que en realidad no le importaba si su matrimonio se convertía solamente en amistad. Antonina tuvo buen cuidado en ocultar su propio secreto: era ninfómana y había tenido innumerables relaciones. Chaikovski no habría de descubrir la verdad acerca de su incompatibilidad sexual hasta la noche de bodas.

 

Finalmente el compositor le escribió a Nadezhda sobre su casamiento, apenas tres días antes de la boda. Su carta estaba llena de autojustifícaciones y una sensación de impotencia. La von Meck era demasiado orgullosa como para demostrar que se sentía herida. Se sintió insultada por el hecho de que él hubiera esperado tanto tiempo para decirle que se casaba con otra a pesar de todas las intimidades que habían compartido y de que él se sentía atrapado por un matrimonio que todavía ni siquiera se había celebrado. Ella no manifestó su disgusto cuando le contestó su carta en términos que expresaban su apoyo. Hasta le envió más dinero.

 

Después de nueve semanas devastadoras de matrimonio no consumado, Chaikovski tenía los nervios hechos trizas. Utilizó el dinero de Nadezhda para irse, escapando de una situación imposible. Recién entonces pudo ponerse a trabajar en la Cuarta Sinfonía. Le escribió a Nadezhda un relato detallado de los horrores de su vida de casado. Esta larga carta está cargada de revulsión, piedad por Antonina, autorreproche y anhelo por la muerte.

 

Como el año lectivo estaba a punto de comenzar, el compositor se vio obligado a regresar a Moscú, donde lo esperaba su esposa en su departamento recientemente decorado. Reaparecieron todas las tensiones y las penas. Intentó suicidarse y hasta pensó en el asesinato. El estado mental de Chaikovski estaba tan agudamente desequilibrado que se le otorgó licencia en el conservatorio. Se mudó del apartamento, para no volver a vivir jamás con Antonina, y se sumergió en su trabajo en la sinfonía.

 

Antonina rehusó otorgarle el divorcio a Chaikovski porque, para las leyes de Rusia, la única causa permisible era el adulterio. Consideraba que si Chaikovski reconocía públicamente haber cometido adulterio, el nombre de ella quedaría manchado. Por el resto de su vida Chaikovski vivió temiendo que Antonina lo chantajeara. En realidad, fue Antonina la que cometió adulterio. Desde 1879 en adelante tuvo varios amantes y con ellos concibió numerosos hijos, a los que entregó en adopción. Se la declaró loca en 1896 y estuvo internada en un manicomio hasta su muerte, en 1917.

 

El compositor recuperó la estabilidad mental dedicándose a su trabajo de composición. Trabajó intensamente en la sinfonía, la que dedicó a Nadezhda von Meck. Ella lo había apoyado durante todo el difícil período de su matrimonio, jamás le había reprochado la estupidez que había cometido al involucrarse con Antonina y lo había apoyado financieramente todo el tiempo. La dedicatoria cimentó la amistad.

 

Aunque la recepción inicial del público con respecto a la nueva sinfonía fue tibia, Nadezhda se sintió profundamente conmovida. Le solicitó a Chaikovski el programa de la obra a la que él siempre se refería como "nuestra sinfonía". En su respuesta, él detalla exactamente lo que tenía en mente mientras escribía la pieza. Deseaba que el programa no fuera divulgado, pero debido a su carta a Nadezhda invariablemente se lo imprime en las guías de los conciertos (¡como esta!). Aquí encontramos una advertencia para todos los compositores de música programática: siempre que se asienta por escrito un programa, aunque sea en una carta privada o en un diario, eventualmente llega al conocimiento del público y en lo sucesivo se lo cita en las notas para los conciertos.

 

La introducción contiene el germen de toda la sinfonía, indudablemente su idea central. Esta es el Destino... Uno debe someterse a él y refugiarse en anhelos inútiles. El sentimiento inconsolable, desesperanzado, se hace más fuerte y más devorador. ¿Acaso no sería mejor dar la espalda a la realidad y sumergirse en los sueños? Oh, alegría! Ha aparecido una visión dulce y tierna. Un ser feliz, luminoso, pasa volando y nos hace señas para que lo sigamos a alguna parte. ¡Qué maravilla! Qué distantes parecen ya los sonidos del importuno primer tema del allegro. Poco a poco los sueños han envuelto completamente el alma. Todo lo que era sombrío y triste ha quedado olvidado. La felicidad está aquí; ¡está aquí! ¡Pero no!, solamente eran sueños y el Destino nos despierta con crudeza. Y así toda la vida es un incesante pasar entre la adusta realidad y las olas, de aquí para allá, hasta que el mar nos devora...

 

El segundo movimiento de la sinfonía expresa otra fase del anhelo. Se trata del sentimiento de melancolía que nos invade hacia el atardecer, cuando estamos sentados solos, cansados de trabajar... Es agradable recordar la propia juventud y lamentar el pasado, pero no hay ningún deseo de recomenzar. La vida nos ha agotado. Es placentero descansar y echar una mirada hacia atrás. Muchas cosas pasan fugazmente por la memoria. Hubo momentos felices, cuando la sangre joven latía cálida y la vida era gratificante. Hubo también momentos de dolor, de pérdida irreparable. Todo está en el pasado remoto. Es a la vez triste y un algo dulce perderse en el propio pasado.

 

El tercer movimiento no expresa sensaciones definidas. Es un arabesco caprichoso, apariciones fugaces que pasan por la imaginación cuando uno ha empezado a tomar un poco de vino y está comenzando a experimentar la primera fase de la embriaguez. El alma no está ni alegre ni triste. Uno no piensa en nada; la imaginación está en total libertad y por algún motivo ha comenzado a pintar cuadros curiosos. Entre ellos uno recuerda súbitamente algunos muzhiks de parranda y una canción callejera. Luego las imágenes inconexas que pasan por la cabeza de uno cuando empieza a quedarse dormido. No tienen nada en común con la realidad, son extrañas, exóticas, incoherentes.

 

El cuarto movimiento. Si uno no logra descubrir razones para la felicidad en uno mismo, hay que mirar a los demás. Salir y mezclarse con la gente. ¡Mira, qué bien lo están pasando, entregándose a la alegría! Un cuadro de festejo popular en un día de fiesta. A duras penas uno ha tenido oportunidad de olvidarse de sí mismo cuando el infatigable Destino reaparece y nos hace recordarlo. Pero los demás no le prestan atención a uno. Ni siquiera se vuelven, no lo miran, no notan que uno está solo y triste. ¡Oh, qué alegres que están! ¡Qué afortunados son de que sus emociones sean directas y sin complicaciones! Reármate y no digas que todo el mundo es triste. Existen alegrías fuertes, simples. Toma la felicidad de las alegrías de otros. La vida es soportable después de todo.

 

 

 



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